Distribución: Machado Grupo de Distribución (pedidos@machadolibros.com)
Autores: Joan Calduch, Martín Noguerol
Edita: Fundación Museo Jorge Oteiza con Ayuntamiento de Alicante y MACA, Museo de Arte Contemporáneo de Alicante
Colabora Ayuntamiento del Valle de Egüés
126 páginas
PVP: 8 euros
Jorge Oteiza se enfrentó, durante 1972, a un particular encargo: la creación del monumento al foguerer, personaje clave y representativo de las Fogueres de Sant Joan, que debía situarse en la Plaza de España de Alicante. Encargado por el Ayuntamiento de la localidad, la obra finalmente no se llevó a cabo, pero la propuesta de Oteiza aporta una reflexión acerca del sentido del arte como activador y resimbolizador del espacio público, que permanece vigente en el tiempo.
La publicación Oteiza en Alicante. El monumento al foguerer, 1972 recupera la memoria de este proyecto, aportando un exhaustivo relato y numerosa documentación inédita que clarifica la historia de esta fallida intervención. Martín Noguerol y Joan Calduch son los autores de esta obra, que constituye el noveno título de la Colección Cuadernos del Museo Oteiza, y que ha sido editada por esta entidad, en colaboración con el Ayuntamiento de Alicante y el MACA, Museo de Arte Contemporáneo de Alicante y del Ayuntamiento de Egüés.
En su proyecto, Oteiza, coherente con su línea de trabajo, consideró que la resolución debía asumir una escala urbana capaz de dar una respuesta susceptible de colmar las necesidades de enriquecimiento espiritual del ciudadano actual. Se trataba de alumbrar un nuevo centro monumental como cualificación del espacio urbano, superando la mera ornamentación de la ciudad con una obra escultórica. “La escultura activa es toda la plaza —señaló el artista— el monumento es con toda la plaza, una estructura de relaciones abierta y practicable, espiritualmente coherente, simbólica, urbanística, cívica, funcional”.
Para el autor, la referencia a los ritos de purificación de agua y fuego, propio de las fiestas que despiden el invierno con la llegada del solsticio de verano, ampliaba el contexto del proyecto. “Probablemente, desde el neolítico, estas hogueras responden a los ritos de purificación y representan la muerte ritual del invierno y el triunfo del día sobre la noche”, señaló Oteiza, que describió su proyecto de este modo: “El núcleo temático es el día y la noche. Un elemento vertical simbolizando el fuego, el sol, como vencedor de la noche. Este signo vertical con una gran perforación circular en la parte alta. La noche como un elemento horizontal, plásticamente articulado, abatido, cruzándose en la parte baja, con cuatro perforaciones desiguales, simbolizando las cuatro fases lunares y que pueden servir como origen de la aparición del agua, como 4 fuentes de la muerte de la noche y de nuestros ritos de purificación”.
Jorge Oteiza formó un equipo con artistas alicantinos (Adrián Carrillo como principal protagonista), coordinado por Ernesto Contreras, crítico de arte. El trabajo colectivo había caracterizado algunas de las propuestas más importantes de Oteiza queriendo imprimir a sus obras una dimensión que desbordaba el universo estricto de la escultura, dando un salto cualitativo e integrándose en el diseño del espacio urbano. Hay que tener en cuenta que su colaboración con arquitectos y urbanistas ha sido esencial en algunas de sus propuestas más ambiciosas como su participación en la renovación de la Basílica de Arantzazu (1951-1969), el concurso para el Monumento a Batlle y Ordoñez, en Montevideo (1958-1960), o su proyecto para el cementerio de Ametzagaña, en San Sebastián (1984).
Pronto empezaron a manifestarse divergencias entre las expectativas del Ayuntamiento y su personal modo de entender el arte como obra pública. La corporación quería simplemente resolver un problema de viabilidad urbana, adornando la actuación con una escultura que diera satisfacción al gusto popular ensalzando al foguerer como emblema de la fiesta. Jorge Oteiza, por el contrario, estaba interesado por los problemas sobre la creación de nuevos centros monumentales modernos para cualificar la ciudad, tal como se planteaban en los foros arquitectónicos internacionales en las décadas centrales del siglo XX. El desencuentro entre las ilimitadas expectativas municipales y la visión global del artista impidió la culminación del monumento al foguerer tal como lo concebía el escultor.
Tras numerosas incidencias, a principios de 1973, se constató la distancia insalvable entre las ideas del escultor y los intereses municipales. La compleja y ambiciosa propuesta de Jorge Oteiza de crear un centro urbano monumental en la plaza de España quedaba reducida a la colocación de una “escultura”. Oteiza, que había realizado varios viajes a Alicante, renunció definitivamente al encargo de un monumento que desvirtuaba sus ideas.
En este trabajo se analiza en profundidad todo el proceso de ideación de la obra y los diversos avatares que generaron el fallido encargo. Una vez más la implicación de Oteiza fue total llegando, incluso, a que en caso de no recibir el encargo de materializar la obra, “utilizasen, si querían, sus ideas aunque sin usar su nombre”.
Joan Calduch Cercera, es doctor arquitecto por la Universidad Politécnica de Valencia y catedrático de composición arquitectónica en la Universitat d´Alacant y Martín Noguerol García, es artista plástico y subdirector del Departamento de Arte y Comunicación Visual “Eusebio Sempere” del Instituto Alicantino de Cultura “Juan Gil-Albert” de la Diputación Provincial de Alicante (1999-2003).
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